Alicia se cansó de estar sentada bajo el árbol sin hacer nada. Una o dos veces miró el libro que leía su hermana; pero no tenía dibujos ni diálogos.
— Y ¿para que sirve un libro sin ilustraciones ni conversaciones? —pensó Alicia.
De pronto, pasó junto a ella el Conejo Blanco sacando un reloj del bolsillo del chaleco. Lo miró y se dio prisa. Alicia no había visto nunca a un conejo que tuviera un reloj para sacarlo del bolsillo. Extrañada, lo siguió y lo vio meterse en una madriguera.
En el fondo de la madriguera había un pasaje serpenteante. Alicia alcanzó a escuchar al conejo que decía:
— ¡Por mis orejas y mis bigotes! ¡Qué tarde se está haciendo! ¿Qué va a decir la reina?
Ella lo siguió hasta que se encontró en un pequeño salón rodeado de puertecitas cerradas. Vio una llave dorada sobre una mesa con la que probó abrir una puerta. Lo logró. Se arrodilló y miró por ella. Ahí vio el jardín más lindo que jamás se haya visto. Quiso salir; pero ni siquiera pudo meter la cabeza por la pequeña puerta.
Alicia se acercó nuevamente a la mesa. Esta vez vio un frasco con una etiqueta con la palabra Bébeme. Alicia probó el contenido y, sin darse cuenta, se lo bebió todo.
— ¡Qué extraña sensación! —se dijo— ¡Es como si me hubiera empequeñecido!
Y así era; ahora medía solamente 30 centímetros. Se alegró al pensar que podría salir al jardín maravilloso; pero cuando llegó a la puertecita, se encontró con que había olvidado la llave dorada.
Intentó subirse por una de las patas de la mesa para recogerla. Era muy resbalosa y se cansó de tratarlo. La pobre Alicia se sentó a llorar. Lloró y lloró hasta que se encontró sumergida en una piscina de lágrimas. Entonces, escuchó un chapoteo: era un ratón que se había resbalado al agua salada. Poco a poco, la piscina se fue llenando de aves y animales que caían adentro.
Alicia nadó hacia la orilla y todos la siguieron. Ahora, había que secarse.
— Lo mejor —dijo un ave— es una carrera de Caucus.
— ¿Qué es una carrera de Caucus? —preguntó Alicia.
— Para explicarlo, hay que hacerlo —dijo el ave, marcando una pista de carrera.
Todos se pusieron a correr hasta secarse. Luego, uno por uno, se fueron yendo. Alicia se quedó nuevamente sola.
Alicia exploró hasta llegar a una casita con un letrero en la puerta que decía: Conejo B. Entró y subió por la escalera. En una mesa encontró los guantes, un abanico y una botella del conejo. Probó su contenido y empezó a crecer. Sin pensarlo, se ventiló con el abanico y descubrió que se empequeñecía otra vez. Cuando estuvo lo bastante chica, corrió fuera de la casa.
Cerca de ahí había una oruga sentada en un hongo.
— ¿Quién eres tú? —preguntó la oruga.
— Apenas lo sé, señor. Con tantas estaturas uno se confunde —respondió Alicia.
— De qué tamaño quieres ser? —preguntó la oruga.
— Un poquito más grande —dijo Alicia.
— Un lado te hará más lata y el otro más baja.
— ¿Un lado de qué? —consultó Alicia tímidamente.
— Del hongo, por supuesto —refunfuñó la oruga.
— Y, ahora ¿cual es cuál? —se preguntó Alicia mordisqueando una migaja del lado derecho del hongo.
Acto seguido, se golpearon sus pies con la barbilla. Tragó un pedacito del lado izquierdo. Ahora se le alargó el cuello y una paloma voló hacia ella gritanto:
— ¡Una serpiente!
— ¡No soy una serpiente! ¡Soy una niñita!
Después, Alicia averiguó como controlar su estatura mordisqueando el hongo; primero por un lado y, luego por el otro. Ahora visitaré ese bello jardín —pensó.
Luego, Alicia vio a un Gato sobre un árbol. Cuando el minino le sonrió, supo que era un Gato de Cheshire.
— ¿Me podría decir, por favor, hacia qué lado ir?
— Por aquí vive un Sombrerero y un Conejo —dijo el Gato. Puedes ver al que quieras: los dos están chiflados.
El Sombrerero y el Conejo estaban tomando té al aire libre con un Dormilón que roncaba profundamente.
— ¿Por qué un cuervo es como un escritorio? —apuntó súbitamente el Sombrerero.
— Yo puedo adivinar eso —dijo Alicia.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó el Conejo.
— Quiero decir lo que digo —respondió Alicia. Es lo mismo.
— También podrías decir que 'respiro cuando duermo' es lo mismo que 'duermo cuando respiro' —agregó el Dormilón.
— Eso es lo mismo para ti —dijo el Sombrerero.
Cuando Alicia abandonó la reunión, descubrió una puerta en un árbol. Entró y se encontró en el salón de las puertecitas. Esta vez pudo tomar la llave dorada y empequeñecerse con migajas del hongo. Entró al bello jardín donde vio al Conejo Blanco con unos seres cuadrados que ella reconoció como la Reina de Corazones y su corte de naipes. Estaban gritando y apuntando hacia arriba. En el aire flotaba una sonrisa. El Gato de Cheshire hacia su truco favorito: desaparecer en el aire.
— ¡Córtenle la cabeza! —bramó la Reina.
— Ustedes sólo son naipes —dijo Alicia.
Al instante, la baraja cayó sobre Alicia que trató de barrérsela con la mano; pero cuando volvió a abrir los ojos, ahí estaba ella, tratando de despejarse el rostro de las hojas del árbol que la habían despertado.
— Oh, tuve un sueño tan curioso! —dijo Alicia. Y vaya sueño maravilloso el que había tenido.