Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

Gretel y Hansel

Versión Fantástica · Basado en el cuento de los Hermanos Grimm

Ilustración de Arthur Rackham

Gretel y Hansel eran dos niños muy buenos, hijos de un pobre leñador. Una noche, estando acostados, oyeron a su madrastra decir:

— Tenemos que deshacernos de los niños, ya no hay alimentos. Mañana los llevaremos a lo profundo del bosque y los dejaremos.
— Es demasiado cruel —respondió el leñador.

Pero su mujer insistió:

— ¿No es mejor a que muramos de hambre? Por su cuenta llegarían a alguna parte donde alguien que les dé de comer, y si le trabajan tal vez sobrevivan.

Hansel oyó la conversación, salió de la casa y llenó sus bolsillos de piedrecitas que brillaban a la luz de la Luna.

Al día siguiente en la mañana, muy temprano, los llevaron al bosque con la excusa de cortar madera. Hansel disimuladamente iba botando piedrecita por piedrecita mientras caminaban. Cuando llegaron a un lugar para descansar, y en un momento en que los niños se distrajeron, los dejaron.

Gretel, al percatarse que era de noche y estaban solos en el bosque, comenzó a llorar, pero Hansel la consoló con un cuento:

— No te preocupes hermanita, seguiremos las estrellas que los enanos plantan en los caminos.
— ¿Dices que los enanos plantan estrellas en los caminos?
— Créeme, Gretel... ¡ya lo verás!

Hansel esperó a que saliera la Luna y ante el asombro de Gretel, un sendero marcado por decenas de "estrellitas" apareció ante ellos: era el brillo de las piedrecitas. Mientras caminaban, Hansel contaba a Gretel divertidos cuentos para animarla. Así, sin mucho miedo a la oscuridad reinante, volvieron sanos y salvos a casa.

El primero en encontrarlos fue su padre, quién feliz al verlos abrazó a los niños, pero la madrastra dijo:

— ¡Mañana los llevaremos mucho más lejos en el bosque!

Cerró la puerta con llave para que Hansel no recogiera más piedrecitas, y a la mañana siguiente les dio una rebanada de pan y los condujo al bosque. En el trayecto, Hansel dejó caer migas de pan para marcar nuevamente el camino.

Ya lejos en el bosque la madrastra se escondió y luego echó a correr, perdiendo de vista a los niños que creían oír el rumor de su padre al cortar madera. El sonido, sin embargo, provenía de algunas ramas que movidas por el viento rozaban entre ellas.

Cuando Hansel descubrió que los pájaros se habían comido las migas de pan y no hallaba el camino, comenzó a llorar. Gretel, recordando el cuento de la noche anterior le preguntó tranquilamente:

— ¿Por qué lloras, hermanito?

A lo que Hansel contestó:

— Los enanos cosecharon sus estrellas: será difícil encontrar el camino esta vez.

Gretel preguntó, inocente:

— ¿Y si buscamos a los enanos? ¡Quizá nos ayuden!

Hansel no se atrevió a decirle a Gretel la verdad porque no quería que perdiese las esperanzas. Pensó, además, que si caminaban lo suficiente tal vez encontrarían el sendero de las piedrecillas, así que se tomaron de la mano y comenzaron a caminar lentamente, tanteando en la oscuridad. Sin embargo la noche estaba tan oscura que apenas podían distinguirse el uno del otro.

En un momento llegaron a un claro en el bosque, y en lo alto brillaban titilantes las estrellas.

— ¡Oh! —se maravillaron los niños.

Hansel y Gretel siempre habían admirando el cielo, y la belleza del panorama les llenó de ánimos. Pero al rato una nube oscura tapó el cielo y el bosque oscureció de nuevo. Comenzó a correr viento. Los niños se acurrucaron entre las grandes raíces de un árbol, y ahí, abrazados, con miedo y con frío, pasaron la noche.

A la mañana siguiente el bosque amaneció con una espesa neblina y la nube negra seguía tapando el cielo sin dejar pasar los rayos del Sol. Parecía que el día estaba casi tan oscuro como la noche. En algún momento oyeron una vocecita:

— ¡Por aquí, por aquí!

Era un lorito blanco al que decidieron seguir.

— ¡Por aquí, por aquí! —repetía su vocecita medio burlona.

Confiado, los niños siguieron al ave y pronto llegaron a una extraña y maravillosa casa hecha de dulces, galletas y jengibre. Tenían tanta hambre que no se resistieron a comer algunos trozos cuando una viejita salió de la casa y les dijo:

— Hola niños, vengan adentro y tendrán más golosinas y una cama suave para dormir.

Pero la dama amable era en realidad una bruja malvada que transformaba a los niñitos en galleta para luego comérselos. Una vez que entraron a la casa la bruja obligó a Gretel a trabajar sin descanso, y encerró a Hansel en una jaula para que engordara con la intención de comérselo. Cada día la bruja examinaba los dedos de Hansel para saber si estaban lo suficientemente gordos, y Hansel, sabiendo que la bruja tenía mala vista, le mostraba un hueso de pollo en vez de su dedo. Y así pasó el tiempo sin que los niños pudieran escapar de la trampa.

Pero un día, la bruja no quiso esperar más.

— Pon más leña al horno —dijo a Gretel— hoy comeremos a tu hermano con sopa de pollo.

Gretel se enojó y gritó tan fuerte, que la bruja decidió comérsela a ella también.

— Ya niña, si dejas de gritar no me comeré a tu hermano —le mintió— Mejor ve a ver si el horno ya está caliente... comeremos sólo la sopa de pollo.

Pero Gretel adivinó que trataba de engañarla y le contestó:

— ¿Cómo lo hago?
— ¡Niña tonta! —respondió la bruja, y abrió la puerta del horno para mostrarle cómo.

En ese momento Gretel la empujó dentro del horno y cerró la entrada con el pestillo. La malévola bruja gritó horrorizada, pero no podía escapar. La niña se apresuró a liberar a su hermanito y juntos corrieron fuera de la casa de dulces.

En el instante que saltaron la cerca el hechizo que cubría el lugar se rompió. Las golosinas, caramelos y bombones se convirtieron en hermosas aves del bosque. Lo mismo ocurrió con los bizcochos, tortas y rosquillas, que se convirtieron en animalitos felices de verse liberados. Las galletas y obleas, que formaban la cerca de la casa, se transformaron en otros niñitos que habían sido atrapados por el encanto de la bruja.

Los niños abrazaron a Hansel y a Gretel como a grandes héroes por haberlos liberados de su encierro. Cuando la casa de dulces finalmente desapareció —con bruja y todo— quedaron unos cuántos cofres sobre el verde prado del bosque, descubriendo en ellos innumerables joyas y monedas de oro.

Con el fin de la maldición también se fue la eterna neblina del bosque y el Sol brilló en lo alto de un hermoso cielo azulado. El bosque se despejó lo suficiente como para enseñar a los niños el camino de vuelta a sus casas, y así fue como aquel día muchos padres del pueblo se emocionaron al reencontrarse con sus hijos, difundiéndose el misterio acerca de los tesoros que habían llevado con ellos.

Hansel y Gretel volvieron finalmente a su casa. ¡El leñador lloraba de emoción al abrazar de nuevo a sus hijos! Los había estado buscando y temía que hubieran muerto en el bosque. Les explicó que la madrastra, agobiada por la culpa, se había ido de la casa para nunca más volver. Por fin,  reunidos y contentos, su padre les dijo:

— Ahora comeremos una rica sopa de pollo...
— ¡Nooo! —gritaron al mismo tiempo los niños.
— Bueno, bueno... les prepararé un bizcocho.
— ¡Tampoco! —gritaron de nuevo los niños.
— Bueno, pero... ¿qué les gustaría comer? —preguntó extrañado el leñador.
— Una ensalada está bien, papá. —propusieron finalmente.

La familia nunca más pasó hambre ni frío puesto que uno de los cofres que se habían llevado de la casa de la bruja era mágico, y todo lo que se guardaba adentro se multiplicaba por dos, de modo que el cofre nunca estaba vacío, pero Gretel y Hansel no lo sabían.

Fin