Erase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero entenderlo bien, una verdadera princesa. Decidió hacer un viaje para encontrar a la esposa ideal. Durante meses y meses navegó en los mares más peligrosos, atravesó los bosques más salvajes y escaló las montañas más altas. Por todas partes buscó a su futura mujer. Por supuesto no faltaban princesas. Cada reino tenía una, pero el príncipe nunca estuvo seguro de sus orígenes.
- ¿Me habrán dicho la verdad o se hacen pasar por princesas con la única esperanza de casarse conmigo y vivir de mis riquezas? ¿Dónde se esconde la princesa de mis sueños, dulce e inteligene que sabrá hacerme feliz? -Había pasado un año desde su partida.
- ¡Eres muy exigente! -Le dijo un rey, que lo había visitado a su palacio. Mi hija es una verdadera perla. ¡Mírala bien y si no te gusta, palabra de rey que nunca encontrarás una princesa para ti!
¡Oh, por supuesto que la princesa tenía unos ojos preciosos y demanes reales, pero hablaba como una oca y parecía demasiado presumida!. Bien afligido, elpríncipe volvió a su palacio. Los guardianes le reconocieron enseguida, y tocando las trompetas bajaron el puente levadizo.
¡Qué triste regreso! El rey y la reina intentaron consolar a su hijo, pero el príncipe estaba muy decepcionado.
Una noche estalló una violenta tormenta, llovís mucho, tronaba, los relámpagos estallaban en un cielo más negro que nunca. Todos los habitantes del castillo se alegraban de encontrarse fuera, cuando de repente alguien llamó a la puerta. El mismo rey se encargó de abrir, no pudiendo dejar a quien quiera que fuese bajo este aguacero.
Una joven entró con el cabello chorreando. Estaba empapada de la cabeza a los pies y tiritaba de frio. Después de haberse calentado, y cuando hubo terminado de comer lo que le habían servido, se presentó como una verdadera princesa y dijo:
- Yo paseaba por el bosque cuando me perdí. La lluvia me sorprendió y me refugié en su casa. Les agradezco sinceramente su acogida. -El príncipe deseaba que fuera cierto de tan bonita que era.
- ¡Ella dice ser una princesa..., es lo que voy a intentar descubrir! -Se dijo la reina, que era astuta y que quería ante todo la felicidad de su hijo.
Ella misma fue a preparar la habitación de la joven, y sin decir nada a nadie deslizó con suavidad un guisante debajo del colchón. Enseguida llamó a sus sirvientes, y les mandó traer todos los colchones del castillo. Los sirvientes obedecieron y amontonaron uno, después de otro, después de veinte colchones. La reina aconsejó a la joven irse a dormir. Al día siguiente, en cuanto esta se levantó, la reina le preguntó si había pasado una buena noche.
- ¡Oh no! contestó, ¡he dormido bastante mal. Algo duro me ha dolido, y no he parado de dar vueltas y vueltas toda la noche!
Ante esta respuesta la reina se quedó muy satisfecha. Le contó su secreto a la joven y la acompañó a ver al príncipe.
- Príncipe, hijo mío. -Dijo la reina- ¡Sólo una verdadera princesa puede sentir la presencia de un minúsculo guisante entre el espesor de veinte colchones y edredones! ¡Qué mujer, sino una princesa, podría tener la piel tan delicada!
El príncipe convencido, estaba loco de felicidad, y siendo aceptado al pedirle matrimonio, se casó con la joven para gran satisfacción de sus padres. Por supuesto vivieron felices mucho tiempo, como pasa siempre en las historias de un príncipe y una princesa. El guisante tuvo un lugar de honor en el museo del palacio real, y todo el mundo pudo admirarlo en una caja de cristal.
Cuenta la leyenda, que siglos más tarde, el guisante fue regalado al hechicero más sabio del reino, y éste en su bondad, cambió el guisante por una vaca a un muchachito a quién llamaban "Pequeño Hans", pero esa ya es otra historia...
- ¿Me habrán dicho la verdad o se hacen pasar por princesas con la única esperanza de casarse conmigo y vivir de mis riquezas? ¿Dónde se esconde la princesa de mis sueños, dulce e inteligene que sabrá hacerme feliz? -Había pasado un año desde su partida.
- ¡Eres muy exigente! -Le dijo un rey, que lo había visitado a su palacio. Mi hija es una verdadera perla. ¡Mírala bien y si no te gusta, palabra de rey que nunca encontrarás una princesa para ti!
¡Oh, por supuesto que la princesa tenía unos ojos preciosos y demanes reales, pero hablaba como una oca y parecía demasiado presumida!. Bien afligido, elpríncipe volvió a su palacio. Los guardianes le reconocieron enseguida, y tocando las trompetas bajaron el puente levadizo.
¡Qué triste regreso! El rey y la reina intentaron consolar a su hijo, pero el príncipe estaba muy decepcionado.
Una noche estalló una violenta tormenta, llovís mucho, tronaba, los relámpagos estallaban en un cielo más negro que nunca. Todos los habitantes del castillo se alegraban de encontrarse fuera, cuando de repente alguien llamó a la puerta. El mismo rey se encargó de abrir, no pudiendo dejar a quien quiera que fuese bajo este aguacero.
Una joven entró con el cabello chorreando. Estaba empapada de la cabeza a los pies y tiritaba de frio. Después de haberse calentado, y cuando hubo terminado de comer lo que le habían servido, se presentó como una verdadera princesa y dijo:
- Yo paseaba por el bosque cuando me perdí. La lluvia me sorprendió y me refugié en su casa. Les agradezco sinceramente su acogida. -El príncipe deseaba que fuera cierto de tan bonita que era.
- ¡Ella dice ser una princesa..., es lo que voy a intentar descubrir! -Se dijo la reina, que era astuta y que quería ante todo la felicidad de su hijo.
Ella misma fue a preparar la habitación de la joven, y sin decir nada a nadie deslizó con suavidad un guisante debajo del colchón. Enseguida llamó a sus sirvientes, y les mandó traer todos los colchones del castillo. Los sirvientes obedecieron y amontonaron uno, después de otro, después de veinte colchones. La reina aconsejó a la joven irse a dormir. Al día siguiente, en cuanto esta se levantó, la reina le preguntó si había pasado una buena noche.
- ¡Oh no! contestó, ¡he dormido bastante mal. Algo duro me ha dolido, y no he parado de dar vueltas y vueltas toda la noche!
Ante esta respuesta la reina se quedó muy satisfecha. Le contó su secreto a la joven y la acompañó a ver al príncipe.
- Príncipe, hijo mío. -Dijo la reina- ¡Sólo una verdadera princesa puede sentir la presencia de un minúsculo guisante entre el espesor de veinte colchones y edredones! ¡Qué mujer, sino una princesa, podría tener la piel tan delicada!
El príncipe convencido, estaba loco de felicidad, y siendo aceptado al pedirle matrimonio, se casó con la joven para gran satisfacción de sus padres. Por supuesto vivieron felices mucho tiempo, como pasa siempre en las historias de un príncipe y una princesa. El guisante tuvo un lugar de honor en el museo del palacio real, y todo el mundo pudo admirarlo en una caja de cristal.
Cuenta la leyenda, que siglos más tarde, el guisante fue regalado al hechicero más sabio del reino, y éste en su bondad, cambió el guisante por una vaca a un muchachito a quién llamaban "Pequeño Hans", pero esa ya es otra historia...