Érase una vez, muchos años ha, un niñito llamado Peter Pan. Este niño que estaba entre niño y joven, pero aun no llegaba a ser joven, decidió no crecer más. Así fue como un buen día se alejó volando del mundo y se fue a una tierra misteriosa y desconocida: la Tierra de Nunca Jamás.
En esa tierra de andanzas y magia misteriosa, Peter quizo vivir una vida de aventuras... pero una noche que regresó a nuestro mundo, persiguiendo a su sombra que se había escapado, encontró en su casa de Londres, Inglaterra, a una niña llamada Wendy Darling quien en ese momento le narraba cuentos a sus hermanitos John y Michael.
—Acompáñenme a la Tierra de Nunca Jamás —les invitó Peter— Mis amigos, los Niños Perdidos y yo nos encantan las historias interesantes. —Pero... ¡Nosotros no podemos volar! —le contestó Wendy. —¡Eso es muy fácil! —les dijo Peter- El Hada Campanilla, con sus polvos mágicos, les enseñará a volar.
Llegó Campanilla, que era un hada tan pequeña como una libélula, y les hechó un polvo mágico y pronto aprendieron a volar, y así, volando sobre las casas y edificios de Londres, se fueron a "Nunca Jamás". Cuando llegaron a la Tierra de Nunca Jamás, Peter les presentó a todos los animales y aves del bosque, y también a los Niños Perdidos. Todos aclamaron con entusiasmo a los nuevos invitados porque venían a contarles historias.
Todo parecía felicidad en Nunca Jamás, pero como en toda historia hay un "pero", existía en esa aventurada tierra un hombre malvado, conocido como el Capitán Garfio.
El Capitán Garfio vivía recorriendo los mares en un viejo buque pirata y tenía una tripulación perversa que siempre estaba buscando la forma de atacar a Peter Pan y sus amigos. Garfio odiaba a Peter porque en una de las tantas luchas, Pan le cortó su mano derecha y antes que el Capitán la recuperara, un cocodrilo se la comió. Esto hizo que el Capitán Garfio tuviera miedo del cocodrilo y por eso se había jurado a si mismo que se vengaría de Peter Pan.
Peter no podía dejar de inquietarse por la seguridad de sus amigos, las aves y animales, los Niños Perdidos y por supuesto Wendy, John y Michael Darling. Pero, para alivio de Peter, tenía otros amigos: los Indios de las Praderas de Nunca Jamás, que vivían en sus chozas y cabalgaban por la costa explorando en el horizonte del Océano, si acaso el buque pirata de Garfio acechaba.
Cuando los indios divisaban la nave, la Princesa Tigresa —que así se llamaba la princesa de los indios— corría a avisarle a Peter Pan que Garfio había bajado a tierra. En ese momento, todos los amigos de Peter se escondían en una casita subterránea, y asimismo lo fueron haciendo Wendy y sus hermanitos.
Al cocodrilo de Nunca Jamás le había gustado tanto la mano del pirata que siempre estaba siguiendo los pasos del Capitán, cada vez que el pisaba tierra, esperando el momento propicio para saborear otro delicioso bocadito de pirata a la italiana.
Una tarde, de esas tardes oscuras, Peter y Wendy vieron con horror como un bote del barco pirata se llevaba prisionera a Tigresa, la princesa india. Los malvados piratas la habían abandonado amarrada en la Roca de las Sirenas Cantoras.
— ¡Desátenla de inmediato, regresen a la playa y síganla! —gritó Peter, imitando la voz de Garfio para engañar a los piratas.
Cuando le cortaron las ataduras, la princesa se lanzó al agua y nadó rápidamente hasta la playa, y luego corrió a ocultarse en el bosque. Mientras eso pasaba, Peter Pan y Wendy, en un intento por salvar a Tigresa, quedaron atrapados en la Roca de las Sirenas Cantoras. La marea subió y subió y para salvarse, Wendy tuvo que alejarse amarrada a la cola de un volantín cometa de los Niños Perdidos y Peter se fue flotando, embarcado sobre un nido de pájaros que flotaba casualmente por ahí. Remó con las manos hasta llegar a la orilla, porque se le habían acabado los polvos mágicos del Hada Campanilla. Al final, todos se salvaron.
Para celebrar el rescate de la Princesa, Peter y los indios dieron una fiesta como nunca jamás se había dado en la Tierra de Nunca Jamás. Los invitados de honor fueron Peter Pan y los Niños Perdidos, y claro... Wendy y Michael también asistieron, mientras a John le permitieron tocar el tambor de la danza india.
Terminada la fiesta todos se fueron a sus casas, y Peter Pan y sus amigos se fueron caminando en fila india por el oscuro bosque, con Peter a la cabeza. Durante la marcha, el Capitán Garfio y su malévola tripulación se fueron raptando a los niños uno por uno y cuando los tuvieron a todos, se los llevaron al buque pirata.
Cuando Peter Pan llegó a la casita, se quedó pasmado al descubrir que nadie le seguía y que estaba completa y totalmente solo. Imaginándose lo ocurrido, voló junto a Campanilla, quién hasta ese momento se había quedado dormida en su bolsillo. Peter y Campanilla volaron y volaron, en medio de la noche, sobre el bosque hasta que llegaron al barco del Capitán Garfio... justo en el momento en que el Capitán y sus hombres estaban por lanzar, desde la tabla del buque, a todos los niños al mar.
—¡En guardia, Garfio! —gritó Peter.
El Capitán, furioso al ver a su oponente, corrió ciegamente hacia el que consideraba su más grande enemigo. Cuando el Capitán saltó hacia Peter, éste lo esquivó tan hábilmente que Garfio resvaló, cayendo por encima del barandal del barco... directamente a las fauces abiertas de su viejo conocido: el cocodrilo.
Peter Pan perdonó a los demás piratas cuando prometieron portarse bien en el futuro. Después, Peter y sus amigos se hicieron a la vela rumbo al mundo real para que Wendy y sus hermanitos John y Michael Darling volvieran a su casa escurriéndose por la ventana.
— ¡Adiós! —le gritaron a Peter.
Fin