Juan y la Planta de Habas

Benjamin Tabart · Versión breve #2


Juan y su madre eran muy pobres. A veces no tenían ni un poco de pan para comer. Un día la madre le dijo a Juan:
— Juan, lleva la vaca al pueblo y véndela lo mejor posible, pero ten cuidado porque es lo único que nos queda para vender.

 Y Juan se llevó la vaca. En el camino, se encontró un hombre que le mostró unas habas magníficas.

— Son habas mágicas —le dijo— Te las cambio por tu vaca.
Como Juan quería quedarse con las habas, aceptó cambiar su vaca por ellas. Juan volvió a su casa y le mostró a su madre lo que había obtenido a cambio de la vaca.
— ¡Tonto! ¿Esto es todo lo que has conseguido a cambio de la vaca? ¿Qué vamos a comer ahora?
— Es que estas son habas mágicas, mamá —quiso explicarle Juan. Pero su madre estaba muy enojada y arrojó las habas por la ventana.
Juan tenía hambre, pero como no había nada para comer, se fue a dormir.

A la mañana siguiente al levantarse, Juan miró por la ventana. Vio, con gran sorpresa, que las habas habían crecido hasta convertirse en una planta gigantesca que llegaba hasta el cielo. Juan corrió afuera y empezó a trepar por la planta de habas. Trepó y trepó hasta llegar a lo más alto.

Allí, Juan se encontró un extraño camino que conducía a un castillo. AL llegar golpeó a la puerta. Una mujer le abrió.
— Por favor, deme algo para comer —le pidió Juan.
— No seas tonto. ¡Esta es la casa de un gigante y querrá comerte si te ve! —Pero Juan parecía tan cansado y hambriento, que la mujer, apenada, lo dejó entrar.
A la noche el gigante volvió a su casa.
— ¡Por aquí huelo a carne humana! —gritó.
— No, es el conejo que he preparado para la cena —le dijo su mujer.
Después de comer, el gigante pidió a su esposa que le trajera la bolsa de monedas de oro, la gallina de los huevos de oro y el arpa de oro. Juan vio desde su escondite que esos tesoros eran los mismos que habían sido robados a su padre hacía mucho tiempo. Cuando el gigante se durmió, Juan salió de su escondite, tomó la bolsa de monedas de oro y corriendo volvió a su casa.

Juan volvió a trepar por la planta de habas y una vez más lo ayudó la esposa del gigante. Esta vez tomó la gallina de los huevos de oro y volvió a escapar hacia su casa. Luego, por tercera vez llegó al castillo, y tomó el arpa de oro. Cuando estaba por escapar, el arpa empezó a gritar:
— ¡Amo! ¡Amo!
El gigante se despertó y empezó a perseguir a Juan que bajaba velozmente por la planta de habas, gritándole:
— Tú eres el ladrón que robó mi bolsa de monedas de oro y mi valiosa gallina.
Juan corría y corría sujetando el harpa de oro contra su cuerpo. El gigante estaba cada vez más cerca. Estaba a punto de alcanzarlo. Tan pronto Juan llegó al suelo gritó a su madre:
— ¡El hacha, mamá!
Dio un hachazo tan fuerte, que la planta de habas se quebró y el malvado gigante cayó al suelo, muerto.

Desde entonces, Juan y su madre vivieron muy tranquilos y nunca más les faltó qué comer.

Fin