Había una vez un alocado chivito, que siempre estaba buscando la forma de escaparse del rebaño, pues ese modo de vida le resultaba aburrido. Estaba deseando conocer otros lugares y tener grandes aventuras que poder contar dentro de muchos años cuando algún día decidiese volver con sus compañeros.
Un día, aprovechando un despiste de los perros, consiguió escaparse. Aprovechó un hueco entre dos grandes piedras para escabullirse y, una vez fuera de la vista del rebaño, comenzó a correr rápidamente para alejarse lo máximo posible.
El chivito estaba loco de contento pues podría vivir todas esas grandes aventuras con las que tanto soñaba. Ya no tendría que hacer caso a las exigencias del rebaño ni tendría que ir nunca más a donde le mandasen los perros pastores con sus broncos ladridos.
Al poco rato de ir caminando en soledad, un enorme lobo le salió al paso. El lobo se relamía pensando en el festín que se iba a dar con el chivito, quien temblaba asustado pensando en que no tenía quien le protegiera.
Justo cuando el lobo se disponía a saltar sobre él para devorarlo, al chivito se le ocurrió una brillante idea: le pidió al lobo un último deseo que consistía en poder tocar la flauta. El lobo, que, aunque tenía mucha hambre no era malvado, accedió.
El chivito comenzó a tocar, entonces, una melodía que se esparció por todos los alrededores, llegando hasta los agudos oídos de los perros que custodiaban el rebaño y que se habían percatado de la desaparición del chivito.
Rápidamente, echaron a correr hacia el sitio de dónde provenía la música y el lobo tuvo que poner pies en polvorosa, salvándose el chivito de un final desastroso.
Fin
“La astucia es buena compañera, pero
siempre acompañada de la prudencia."