Palitroche es un muñeco de trapo, tiene dos piernas largas y delgadas como caña. Es tan alegre y divertido que se pasa la vida jugando con su amigo Juan. Por eso tiene rotos el pantalón, la camisa y su blusa. Hasta su gorrita de cuadros marrones y blancos tiene un agujero grandote como el ojo de un oso. Pero a veces Juan se ríe de él y entonces Palitroche se enoja. Otras veces Juan lo deja olvidado en un rincón y entonces Palitroche se pone triste.
Así es Palitroche, el muñeco ilusionado con alma de risa. Tierno y triste, anhela el reencuentro, esperando ser abrazado nuevamente por su amigo. A veces se alejan, pero siempre vuelven. Juegan mucho: corren por el pasto, saltan por los charcos, exploran el jardín y descubren juntos sus secretos. Pero de un momento a otro Juan se ausenta y los días pasan. El tiempo transcurre, y como un río veloz que cruza por el campo, lleva a Juan a crecer; a vivir nuevas travesías lejos de Palitroche. El muñequito, ahora abandonado en un baúl, aguarda paciente. Juan no llega. Ya no lo frecuenta y Palitroche decide dormir por un largo, largo tiempo.
Y así pasan los años...
Hasta que, un día, Juan, ahora un adulto hecho y derecho, encuentra a su viejo amigo escondido entre recuerdos. Los ojos de Juan se abren de asombro y un par de lágrimas recorren sus mejillas. Entonces, su corazón salta como una cometa de alegría mientras acaricia al muñeco entre sus manos. Palitroche despierta de su largo sueño, y el reencuentro lo sorprende. El muñeco de trapo estira sus largos brazos y sus manos de mitones. Llora conmovido. Ha sido mucho tiempo, pero de pronto, los ecos de sus risas pasadas llenan la habitación, como esa melodía familiar de los tiempos del colegio.
Con amor y cuidado, Juan remenda a su querido amigo. Zurce el pantalón, la camisa y su blusa, pero deja intacta su gorrita de cuadros marrones y blancos. Sin perder su estilo, el muñequito recobra su brillo. Ahora se ve tal como el día en que la mamá de Juan confeccionó a Palitroche. Y Juan, con nostalgia en su mirada, comparte a Palitroche con su propio hijo. Porque sí: Juan ya es padre, y Juanito es su hijo.
Padre e hijo, junto a Palitroche, viven nuevas aventuras: exploran mundos imaginarios, descubren tesoros escondidos y desafían a dragones invisibles. La risa de Juan, ahora mezclada con la de Juanito, se convierten en un eco que viaja por el tiempo. Un nuevo capítulo de la historia se escribe. Pero entonces, aparece Patricia... sí: la mamá de Juanito. O sea, la pareja de Juan. Palitroche se sorprende, la familia ha crecido. Aquel día, lleno de sorpresas, todos juegan hasta tarde.
Y así pasa una semana...
Juanito despierta un día y junto a su cama descubre una sorpresa. Por supuesto, se trata de Palitroche. Pero junto al muñeco hay ahora una muñeca pecosa que le toma de la mano. Tiene una falda escocesa plisada, además de dos piernas tan largas y delgadas como las de Palitroche. Un cintillo rosa y una flor violeta, adornan su cabello de lana roja. Palitroche está feliz, tiene ahora una compañera. Juanito le pone nombre: se llama Travesura y gusta de las bromas. Travesura mira con cariño a Palitroche y este la toma de sus manos.
Ahí están hoy, Palitroche y Travesura... con sus espíritus de trapo y corazones risueños. Durante el día juegan con Juanito, Patricia y Juan. También, cuando la familia está durmiendo, cantan y bailan juntos cada noche. Son muy amigos. Quizá más que amigos. También son seres mágicos. Así, con el tiempo, la familia va tejiendo lazos de amor y de recuerdos. Instantes que permanecen. Que nunca desvanecen.
Palitroche y Travesura, los muñecos de trapo, viven para siempre en el mundo de los cuentos, así como en los corazones de quienes conocen y conservan la magia de la amistad verdadera y los bellos recuerdos de la infancia.
Fin