Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

Samhain: Noche de Halloween

Adaptación de Sigfriðr Eiríksdóttir 🎃

Era una tarde dorada de otoño, hace unos 2 mil o 3 mil años atrás, cuando el pequeño Eoin —un curioso niño celta— se sentó junto a su abuelo en el viejo banco de madera, mirando los campos recién cosechados.
—Abuelo, ¿es necesario trabajar tanto? —preguntó Eoin, frotando sus cansados brazos.

—Ah, mi pequeño —sonrió el abuelo, arrugando su frente como si contara un secreto—, hemos trabajado duro para recoger todo lo que plantamos en primavera. La tierra nos ha dado sus frutos, y ahora es justo recibir su recompensa y prepararnos para el invierno.

—¿Y qué haremos con toda esa comida? —quiso saber Eoin, con sus ojos brillando de curiosidad.

—La guardaremos, para que nos alimente durante los meses fríos que se acercan. Recuerda que cada grano que cosechamos es resultado de nuestro esfuerzo y esperanza puesta en ello —respondió el abuelo de largos cabellos, acariciando con dedos labrados su abundante y blanquecina barba.
Eoin asintió con la cabeza a modo de entender, luego miró hacia el horizonte; donde el sol se escondía tras las colinas, tiñendo el cielo de tonos anaranjados. Unas divertidas siluetas de niños y pobladores parecían jugar en la distancia.
—Hay mucha gente por allá... —comentó a su abuelo, recordando algo que le pareció haber visto el año anterior, cuando aún era demasiado joven para recordar con claridad.
El abuelo le cerró un ojo.
—Preparan Samhain —le dijo.
Los ojos del pequeño se abrieron como platos.
—¡Samhain! —exclamó Eoin, recordando una historia que el abuelo le contara tiempo atrás, al caer de una noche.
El abuelo sonrió.
—Samhain es un tiempo especial, Eoin. Marca el fin del calor nacido con el verano y el comienzo de un nuevo ciclo frío. Es en estas noches cuando el velo entre este mundo y el de los espíritus se vuelve delgado... tanto así que los vivos pueden compartir el mismo espacio con los que ya han partido al "Otro Mundo". Es ahora cuando se honran sus memorias mientras nos prepararnos para lo que viene.

—¿Los espíritus vendrán a visitarnos? —susurró Eoin, mirando nervioso hacia las sombras.

—Quizás. Pero no hay nada que temer. Son parte de nuestro legado, y en esta festividad celebramos tanto la vida como la muerte —dijo el abuelo, abrazando al niño con calidez.
Eoin asintió, sintiéndose más tranquilo. Miró de nuevo los campos.
—Entonces, trabajamos duro para estar listos, ¿verdad? —dijo, con una sonrisa en su rostro, pensando en deliciosas cenas preparadas en familia.

—Así es, mi pequeño. Ahora podemos disfrutar de lo cosechado, preparándonos para el frío con suficiente sustento, además del calor de nuestras historias y recuerdos —respondió el abuelo, cerrando los ojos un momento, como si escuchara los ecos de los ancestros en el aire.
La noche se acercaba, y en la distancia podían apreciar a su clan encendiendo una hoguera que habrían de mantener toda esa noche. El abuelo y su nieto, sentados juntos, compartieron risas, relatos y uno que otro recuerdo.
—¡Cuéntame más de Samhain! —exclamó el niño, mientras veía a otros miembros de su clan haciendo los preparativos para esa noche especial.
El abuelo miró al pequeño, pensativo, creyendo que podía estar listo para entender.
—Verás, Eoin... la separación entre el mundo de los vivos y el de los que han pasado, se remonta a una época que solo los dioses y los seres eternos pueden recordar; cuando el mundo aún era indivisible, y todo ser, viviente o etéreo, compartía un mismo plano.
La respuesta le pareció algo "difícil" al pequeño, que procuró prestar mayor atención a las palabras de su abuelo para no perderse ni un detalle. El abuelo continuó:
—Nuestros druidas cuentan que, en los albores de la existencia, la vida y la muerte danzaban en un equilibrio perfecto; como un río sin orillas que fluía en la eternidad. En ese entonces, los mortales podían ver a sus ancestros y caminar junto a ellos, y así mismo, los espíritus de los caídos viajaban libremente, compartiendo sus conocimientos y sabiduría con los vivos.

—¡Guau! —exclamo el pequeño Eoin, tratando de imaginar semejante realidad ante las sombras danzantes de sus amigos y familiares, que comenzaba a proyectar la hoguera en la distancia.

—En ese tiempo de magia y fraternidad, las almas de los que han partido podían regresar a participar en nuestras celebraciones, consolaban a sus seres queridos, e incluso guiaban a los perdidos, mientras los vivos se veían reforzados por la cercanía de sus antepasados. Pero, como ocurre en todo orden de cosas, aquel equilibrio "perfecto" comenzó a desgastarse. Los vivos, en su naturaleza mortal, empezaron a temer a lo desconocido, y los espíritus, a su vez, sintieron que sus deseos se desvanecían en la penumbra de un mundo cada vez más efímero.
Eoin escuchaba atento, a pesar de las palabras extrañas que, por primera vez, oía de su abuelo.
—¿Qué pasó entonces, abuelo? ¿Ese equilibrio... se desequilibró?
El abuelo rió. Era evidente que su nieto heredaría su gusto por las palabras inusuales.
—Mmm… ¡algo así! —respondió el abuelo— Un día, una gran catástrofe, un enfrentamiento ancestral entre los Tuatha Dé Danann y las fuerzas de los Fomorianos, retumbó en la tierra de los vivos, rompiendo el delicado lazo que los unía al Otro Mundo. El tejido del tiempo y la realidad fue desgarrado, y ambos mundos se separaron. A partir de ese momento, los dioses decretaron que los mortales y los espíritus solo podrían reencontrarse en ciertas épocas sagradas.

—¿Cómo... Samhain? —preguntó Eoin, que ya había oído las leyendas de los mencionados, además de sentirse capaz de seguir el ritmo a la conversación.

—¡Como Samhain! —Repitió afirmativamente su abuelo— En noches especiales como éstas tres próximas que se avecinan, es cuando el velo entre los mundos es lo bastante tenue como para que vivos y eternos compartieran nuevamente sin comprometer el equilibrio.

—¡Vaya explicación! —reconoció el niño, quién junto a su abuelo y a la entrada del crepúsculo, apreciaban en la distancia a los miembros de su clan; algunos de los cuáles vestían, frente al la luz sinuosa de la hoguera, extraños artificios que simulaban seres mitológicos. Uno de ellos se encaminó hacia donde ellos descansaban.
El sol ya se había puesto, y la luna empezaba a brillar cuando Aisling —la mamá de Eoin— se dirigió hacia el banco de madera donde descansaba su hijo. Aisling Lucía un traje de celebración, confeccionado con abundante pelaje y una cola graciosa. Al acercarse al pequeño le hizo gestos divertidos usando una máscara de corteza de árbol y ramas que imitaba a un ciervo. Eoin le respondió con una amplia sonrisa.
—¿Qué haces aquí tan solo, mi niño? ¡Ven con nosotros, ya es hora de celebrar! —dijo su mamá.
Eoin miró a su abuelo, Aedh, quién cerró un ojo y sonrió con un gesto de confidencialidad.
—Ve a celebrar con mamá y tus amigos, querido Eoin; procura serle tan servicial como ella ha sido contigo. ¡Ya nos veremos en otro Samhain! —le dijo cariñosamente su abuelo, antes de que su espíritu desapareciera en el aire. °-°

Fin