Un relato juvenil de Ethan J. Connery
Ilustrado en Dream
Antaño, en los albores de los tiempos modernos, cuando los prados de la Tierra eran vastos y la humanidad miraba al futuro con esperanza y dedicación, hubo un joven llamado Erick, apodado “el intrépido". Era un hijo de los años setenta que creció durante los ochentas: una época de patines, cabello voluminoso, globos de chicle rosa, música pop y estéreos. Pero especialmente, una era de cambios sociales y descubrimientos científicos que dieron forma al mundo conocido.
Como todo buen chico de su generación soñadora, Erick solía perderse entre historias de mundos imaginados, ya fuera a través de videojuegos en galerías de arcade o de películas en un viejo videoclub que prometía mundos mágicos y lejanos. Así, en el corazón del joven, ardía la llama de la curiosidad por el futuro de la humanidad y su civilización. O sea, por todo aquello que estaba por venir.
Cierto día, el destino llevó a Erick a explorar el mundo más allá de sus sueños preadolescentes. En la biblioteca pública de su ciudad, mientras hojeaba libros olvidados después de haber resuelto su cubo de Rubik, encontró un manojo de cartografías estelares escondidas entre las páginas de un tomo polvoriento.
Una de aquellas cartas, con sus constelaciones y leyendas inscritas, parecía ofrecerle una verdadera aventura: un secreto de un pasado remoto y de un futuro incierto, reflejado en un misterioso y conciso diálogo escrito a mano (a punta de bolígrafos de distinto color y letra) en el lado opuesto de la carta. Ello, junto a un listado de nombres de estrellas del hemisferio sur. El acertijo decía:
“Se acerca una tormenta."“Lo sé."
Intrigado por la escueta charla inmortalizada en papel y su enigma estelar, Erick dedicó días enteros a descifrarlo, hasta que encontró —gracias a las matemáticas y la geometría de su clase de BASIC— unas coordenadas que lo llevaron hacia lo profundo de las montañas de la Patagonia... hasta un rincón olvidado del bosque, donde el rumor del viento canta canciones antiguas.
Allí, en una cueva velada por el paso de los siglos, descubrió un artefacto enterrado en el polvo del tiempo: un extraño objeto de concepción tecnológica e inscripciones doradas en una lengua ignota; quizá medio reloj y medio brújula, pero también algo más. Quizá, un tesoro arqueológico de procedencia épica.
Era esférico, pero con un armazón que recordaba a su cubo de Rubik, así que giró el mecanismo, y en ese preciso instante el mundo a su alrededor cambió por completo. Un torbellino de luz y sombra lo transportó raudamente a un futuro inimaginable, al año 3.881, en un septiembre sin estaciones.
El mundo que encontró era un lugar desolado, donde la humanidad había caído y las máquinas habían tomado el control. En aquel paisaje yermo, Erick descubrió apenas vestigios de civilización: una chica, el último bastión de la especie, vivía oculta, custodiando las cenizas de un mundo que alguna vez había sido pleno de historias y vida.
—¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? —preguntó intrigado el joven visitante.
—Soy Paula, la última. —respondió triste la chica— Ya no habrá más historias después de mí.
—¿Quieres decir que no hay otros seres humanos en este mundo? —preguntó Erick, desconcertado.
—¿Qué parte de “soy la última" no entendiste? ¡Soy la última! —exclamó exasperada la chica.
—¡Vale, vale! —respondió Erick, tratando de asimilar la responsabilidad que implica ser el último de la especie, y por alguna razón recordó una canción de Tiffany, allá por 1987.
La chica se cruzó de brazos.
—Dices que no habrá más historias después de ti... ¿Por qué desaparecieron los demás? ¿Por qué se consumieron sus historias? —preguntó Erick, su voz llena de asombro y tristeza.
Paula, la última chica en el mundo, de mirada serena y profunda como los mares olvidados, respondió:
—Las historias eran el alma de los hombres, pero con el tiempo, fueron desplazadas por el engaño y por el ruido de las máquinas construidas por la ambición sin límites. La codicia de unos pocos poderosos desafió la historia, y entonces nadie quiso recordar otra vez. Así que, sin memoria, las historias perecieron, y la humanidad con ellas. Yo soy...
—La última. —terminó Erick la frase de Paula, y asintió, dando a entender que entendía lo que debía entender.
La tragedia parecía mayúscula, no todos los días uno es testigo del fin de los tiempos. Sin embargo y pese al desconsuelo, Erick también sintió que no todo estaba perdido. A fin de cuentas, “la última" hablaba de una historia... el último de los mitos: algo capaz de encender la chispa de la imaginación humana para recuperar el “Reino de los Cuentos Perdidos": un lugar donde las historias olvidadas aguardaban su renacer, suspirando ser rescatadas por los más valientes. Según se cuenta, ahí yacen las historias, protegidas por un portal que sólo el valor, la lealtad y el amor, sumado a la esperanza, podrían abrir.
Decididos a devolver la chispa de la vida a la humanidad, Paula guió a Erick en una peligrosa travesía a través de paisajes crepusculares y desolados, caminando sobre las ruinas de lo que alguna vez fue una avanzada civilización. Ello, bajo la amenaza constante de las máquinas y sus existencias sintéticas que buscaban extinguir cualquier vestigio de resistencia.
Inesperadamente, un androide surgió en el camino y detectó a los jóvenes, disparando una ráfaga de rayos láser de alta energía que fueron a parar a las chatarras de un antiguo satélite de comunicaciones derribado por la guerra. Protegidos tras la mole metálica, la pareja se arrastró hasta un escondite, y a través de un agujero de metralla en el metal, Erick logró divisar a la máquina que se acercaba sondeando formas de vida en las proximidades.
—¡Ya viene! —exclamó preocupado.—Cuando te diga, apunta en dirección al hombro izquierdo del “eliminador" y presiona el botón rojo —dijo Paula, y entregó a Erick un rudimentario dispositivo de defensa.
Paula, la última chica sobre la faz de la Tierra, lanzó entonces, con todas sus fuerzas, una tuerca en dirección al robot. La tuerca describió un amplio arco en el aire y cayó a espaldas del androide. La máquina giró a disparar.
—¡Ahora! —exclamó Paula, y Erick apuntó y activó el dispositivo.
El androide se detuvo.
—¡A correr, tenemos 33 segundos antes de que se reactive y nos busque otra vez! —gritó Paula— ¡Ni pienses en “destruirlo", no se puede!
Los jovenes corrieron contando hasta treinta, tanto y tan lejos como sus fuerzas les permitieron. Luego se agazaparon nuevamente. El androide despertó y rebuscó a los jóvenes, pero al no encontrarlos siguió su camino.
—¿Seguiremos por el desierto? —preguntó el chico de los ochentas.—No es lo ideal. Los “eliminadores" asedian, pero evitan las rutas de los devastadores para no caer bajo sus mecanismos. —explicó Paula— Conozco un camino más seguro por las montañas. Sus minas podrían llevarnos hasta el último refugio. Nunca he estado ahí... es básicamente una leyenda.
—Suena prometedor. —observó Erick, y emprendieron rumbo a través de las montañas y sus minas.
Finalmente y tras una dura cruzada no excenta de peligros, nuestros jóvenes aventureros llegaron al portal. Allí los esperaba un umbral de luz brillante como el amanecer en la fría noche de ventiscas polvorientas. Aquella cálida luz despertó en sus corazones un sentimiento ancestral. Así pues, pronunciaron unas palabras mágicas y secretas que habían aprendido de las historias evocadas por ellos mismos durante su larga travesía:
—“Hér ferr Herlicii" —exclamaron, y trazaron con sus manos un círculo en el aire— “Fórum drengja Frábærheimur; ég skipa þér með töfrum Óðins: opnaðu mér leið Bifröst!" ♪ ♫
Y el portal se abrió, revelando aquel reino mágico perdido... más allá de la Puerta de Tannhäuser.
—¡Wow! —exclamó Erick— Algún día, todos estos extraordinarios momentos se perderán en el tiempo… como lágrimas en la lluvia.
—¡Ni lo menciones! —le recriminó Paula.
Los jóvenes se armaron de valor y, tomados de la mano, cruzaron juntos el portal. En aquel lugar, las historias vivían, no como palabras escritas, sino como entidades vivientes y luminosas, llenas de vida y propósito. Una forma de vida superior donde cada relato olvidado, cada leyenda perdida y cuento postergado, aguardaba su momento para ser contado de nuevo a los niños del mundo entero.
Las historias se acercaron a nuestros héroes viajeros:
—La profecía se ha cumplido; según la cual un día vendrían dos elegidos...
Los jóvenes dieron un paso al frente, y los seres etéreos, cuan espectros luminosos deslizándose en el aire, se acercaron:
—Si la humanidad pereciera con vosotros, nosotros moriríamos también, y aquello sería para siempre, ya que nuestra existencia está eternamente ligada a la vuestra. Existimos sólo cuando la esperanza persiste en las personas, y vosotros sois Los Últimos.
Paula y Erick escuchaban atentamente mientras los relatos vivientes relataban su Odisea:
—Una vez nos creímos inmortales, pues hemos coexistido con vosotros desde tiempos inmemoriales. Desde las primeras luces del alba de la humanidad, estamos hechos del material que componen sus sueños: somos el poder de la imaginación y de los ideales humanos. No solo os ayudamos ocasionalmente a escapar de la realidad, sino también os damos la fuerza para cambiarla. Por eso, vivid siempre con valentía y perseverancia, confiando en sus espíritus, corazones y mentes para superar todo obstáculo que impida salvar a nuestros mundos.—Entonces, somos uno. —reflexionó Paula.—Uno y lo mismo. —complementó Erick.
Los relatos vivientes sonrieron por primera vez después de mucho tiempo.
—Por favor, llevadnos con vosotros al mundo humano... a un lugar, tiempo y momento donde todavía podemos salvaros. —dijeron— Allí renaceremos para que respiréis con nosotros, y devolveremos la esperanza a los vuestros.
Una luz dorada de esperanza envolvió el humilde encuentro.
—En ambos mundos, cada uno tiene un papel vital que desempeñar, y nuestras acciones, por pequeñas que sean, abren los portales del tiempo a universos de infinitas posibilidades. Esa es la misión y el sentido de todo cuanto existe; incluso en nuestro mundo, ya que también nosotros, los cuentos y relatos, tenemos nuestros propios pensamientos y sueños. ¡Y vosotros sois parte de ellos! Tanto así como aquellos que en este preciso momento nos leen y escuchan, en algún lugar del tiempo.
Los jóvenes aclamaron, y agradecieron a los lectores de este cuento por ayudarles en su misión.
—¡Viviréis con nosotros! —Exclamaron Los Últimos, fascinados por el encuentro y la importante empresa que les encomendaban.
Fue así como los jóvenes aceptaron, sabiendo que su deber era llevar esas historias al corazón de aquellos que buscan rescatar a su niño interior. Su misión sería cambiar la realidad para construir un mejor mañana. Uno en el que nunca se olvide la importancia de soñar y recordar las viejas historias y las verdades ciertas de la vida y el mundo.
Sabían que el camino no sería fácil, ya que las fuerzas que habían extinguido los relatos verdaderos siempre existirían. Era parte del equilibrio natural del universo, pero los intrépidos se inventaron para proteger la justicia de la indiferencia y la codicia. Lo importante era confiar en las historias vivientes, y que éstas, por su acción desde los corazones humanos, traerían esperanza y una promesa de futuro.
Así, con el coraje de los antiguos héroes y el amor por las historias perdidas, los últimos jóvenes de la humanidad regresaron al siglo XX, llevando consigo las historias del Reino de los Cuentos Perdidos.
Sin Fin