La Leyenda de Gou Nian

Cuento tradicional chino


Fotografía por Jakub Hałun

Cuenta una historia de tiempos antiguos, que la luna solía tejer una vasta red, tan delgada como la seda, a través de los mares inexplorados de la Tierra. Aquella era hilada de luz plateada y guiaba a los navegantes perdidos hacia destinos inciertos, donde hallaban gran fortuna o su perdición eterna. Pero también atraía a las costas a feroces y desconocidas criaturas del mar, y hasta servía de puente a los mismísimos dioses que caminaban entre los mortales.

Por aquel entonces y a orillas del Gran Océano, hubo un pueblo del lejano Oriente que vivía bajo la sombra acechante de una bestia carnívora e inmortal; su nombre era Nian, el dragón de los mares, y su venida anual —al inicio de la primavera— era presagio de ruina y desesperanza.

Nian era un coloso nacido en las profundidades del abismo. Tenía cuerpo de buey, un pelaje escamado de color semejante al bronce bruñido, y su cabeza con melena de león estaba coronada por un cuerno con protuberancias afiladas, como las lanzas de un dios guerrero. Dormía en su escondite acuático durante el ciclo del sol, pero cuando el invierno cedía y los vientos cambiaban, emergía con su hambre insaciable, arrasando cuanto encontraba a su paso. Hombres y bestias desaparecían al interior de sus fauces, y el terror vestía la aldea de sufrimiento, dolor y silencio.

Los aldeanos, conocedores de la inexorable amenaza, huían en cada ocasión a lo alto de las montañas para refugiarse en unas cuevas profundas. Así, cada año dejaban atrás sus hogares y a merced de la fiera, acostumbrada ya a su embestida voraz.

Sucedió entonces, durante un borrascoso atardecer y en una de esas vísperas fatídicas —y con la sombra del Nian cerniéndose en el horizonte— que un venerable aunque foráneo anciano llegó al pueblo. Era un completo desconocido. Tenía una barba larga y delgada, y su canoso cabello era casi metálico, como la plata del alba en su azul más tenue. En sus ojos brillaba la sabia luz de un fuego olvidado por las eras.

Los aldeanos, preocupados por la llegada del Nian y preparando su huida, miraban de reojo y con cautela al anciano. Aquel llevaba un hanfu mezclado de tonos ricos y sobrios. Su túnica exterior, de un profundo carmesí, caía en elegantes pliegues hasta sus pies, contrastando con el grisáceo de los cielos que anunciaban el peligro de la bestia. El borde de su túnica iba adornado con intrincados diseños y bordados elegantes y dorados que representaban dragones y nubes. Una prenda de color marfil asomaba en el cuello y sus mangas, aportando un toque de luz y pureza a su figura.

El viejo “sin nombre" traía ceñido un cinturón ancho de seda, de un tono oscuro y ceremonioso. Éste sostenía un pequeño bolso de tela en cuyo interior guardaba algo misterioso. Un sombrero de cono de paja, sencillo pero digno, cubría sus largas canas protegiéndole de la lluvia. Y pese a su avanzada edad, su postura era erguida y su mirada, serena y determinada como los mares en tiempos tranquilos. Así pues, quienes alcanzaron a ver su rostro de cerca, contaron que su mera presencia les infundía tranquilidad y respeto en medio de sus desgracias.

Finalmente, unas sandalias de madera resonaban suavemente a su andar.

Ya en medio del pueblo, el anciano se presentó ante los temerosos pobladores y con voz firme proclamó:
—¡Amigos, no huyáis más! Es verdad que el Nian es temible, pero no es invencible. Concededme el favor, esta noche, de enfrentar a la bestia... ¡y yo os libraré de su yugo!
Algunos pocos jóvenes con menos memoria se mofaron, y hasta los ancianos de la aldea, ya curtidos en años de pesar, dudaron de sus palabras. ¿Cómo podría un solo hombre —y de tan avanzada edad— enfrentarse a una criatura de los abismos como el poderoso Nian? Mas ante su propuesta no pudieron sino asentir, pues el anciano se mostraba decidido, aunque el miedo les robaba toda esperanza.

Llegó entonces la noche, cayendo oscura y fría, y con ella, el Nian. Surgiendo desde el mar oscuro hundió sus pezuñas en la arena de la playa. Sus patas parecían transformarse en garras cuando su ojos se encendieron, relampagueando con el fulgor de la tormenta. Su rugido se elevó por los cuatro vientos, y era como el bramido del océano enfurecido. La tierra tembló bajo su paso, y el aire se llenó con el hedor del azufre y el humo de sus entrañas. La gente huyó despavorida.

Conforme con el terror que su presencia provocaba en los humildes, la bestia se preparó para devorar cuanto hallara en su camino... cuando, de pronto, el anciano le salió al paso.
—¡GROOOAARR! —bramó el Nian, con toda su fuerza y poder, como pretendiendo acobardar al insolente humano que se atrevía a desafiarle.
El anciano ni se inmutó.

Vacilante el Nian por la actitud del viejo, se alzó con su tamaño imponente y sus ojos llameantes, acercándose lentamente al anciano como estudiándole desde una posición ventajosa.
—¡GROOOAAARRR! —volvió a rugir, en un tono todavía más amenazante, pero el anciano no se movió.
Perplejo el animal, asumió que el viejo era un loco inofensivo y decidió atacarlo. Su rugido volvió a resonar por todo el pueblo y sus montañas como el viento encolerizado. Los aldeanos que no habían alcanzado a huir, se escondieron en sus casas, aterrados, mientras el anciano de cabello cano seguía fijo en su puesto con su mirada serena. Su túnica roja ondeaba al viento cuan mítico héroe de leyenda enfrentando a la maldad. El Nian abrió sus enormes fauces, decidido a devorar a su adversario...

Pero en ese instante, un estallido rasgó la penumbra.
—¡BOOM!
El Nian se detuvo en seco a centímetros del anciano.
—¡BANG!
—¡CRACK!
—¡FSSSSSS... K-BOOM!
—¡POP! ¡WHIZZ!
Comenzaron a tronar una serie de fogonazos y explosiones frente al rostro de la bestia.

Sorprendido el Nian, sintió que el anciano ya no parecía tan inofensivo. Una línea de petardos que colgaban de su bastón comenzaron a explotar en serie en ese momento.
—¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM! 
Con voz firme, el venerable entonó un cántico místico mientras encendía uno a uno los petardos, cuyos estallidos y chispas llenaron el aire de estruendo y brillantes luces multicolores. El Nian, estupefacto y aturdido por los destellos y el ruido, retrocedió con un rugido de terror que sacudió las chozas y los árboles a su alrededor. El anciano dio un paso adelante y la bestia mítica retrocedió otro más.

A partir de ese momento, llamas danzaron en la oscuridad, y lenguas rojas y doradas chisporroteaban como estrellas caídas del cielo. Estruendos ensordecedores rompieron la noche, y Nian, por primera vez en su existencia, sintió el amargo aguijón del miedo en toda su gloria. Retrocedió, gruñendo y tambaleándose, mientras su mirada erraba de un lado a otro en busca de su atormentador. Entonces lo vio: el anciano, de pie en el centro del poblado, vestido con un manto rojo como la sangre del crepúsculo, sostenía en sus manos un haz de fuego y estruendo.
—¡Huye ahora, bestia de la sombra! —bramó el viejo— ¡Pues la gente ha visto tu miedo, no volverás a asolar estas tierras nunca más!
Nian, ciego de terror, lanzó un último rugido antes de huir, perdiéndose en la vasta negrura de los mares.

Al despuntar el alba, los aldeanos regresaron, asombrados de hallar sus hogares intactos. El anciano ya no estaba, pero en su lugar, había dejado tres regalos: papel rojo para darles valentía; fuego para darles el poder de la luz sobre la oscuridad; y el secreto de la pólvora para que con fuegos artificiales proclamaran su victoria sobre el Nian.

Desde aquel día y en honor a su victoria, las gentes celebraron la hazaña del venerable sin nombre. Así, año tras año, al llegar la “Víspera de Nian" —con la llegada de la primavera— cuelgan en las aldeas decoraciones carmesí y encienden chispas que estallan en pirotecnia para recordarle al monstruo que la gente ya no le teme.

Siglos pasaron y la celebración incorporó el Wu Shi (舞狮) —la danza del león— y el Wu Long (舞龙) —la danza del dragón—, para traer buena suerte y fortuna, ahuyentando también a los malos espíritus del mundo terrenal.

Así nació la tradición que dio origen al Festival de la Primavera, y que como las leyendas de tiempos primordiales, jamás ha de morir mientras los hombres tengan memoria y enciendan luces en la oscuridad. 🔥✨🐉

Fin